LA MEMORIA ORAL DEL BARRIO: ENTREVISTA AL VECINO UBALDO CONDE

Entrevista realizada en 2006

Ubaldo Conde nació en 1923 en la calle Domínguez. Siempre vivió en el barrio y a sus 88 años no piensa en mudarse. Pasa sus días entre su casa de la calle Aldecoa al 700 donde vive con una gran parte de su familia y la esquina de Aldecoa y García donde siempre se lo puede ver charlando con algún vecino. Conde conoce bien a Piñeiro, lo caminó y lo vivió a lo largo de su vida. Sus padres fueron de los primeros habitantes del barrio en gestación. La madre vino desde chica con su familia y su padre.

Ubaldo Conde nació en 1923 en la calle Domínguez. Siempre vivió en el barrio y a sus 88 años no piensa en mudarse. Pasa sus días entre su casa de la calle Aldecoa al 700 donde vive con una gran parte de su familia y la esquina de Aldecoa y García donde siempre se lo puede ver charlando con algún vecino. Conde conoce bien a Piñeiro, lo caminó y lo vivió a lo largo de su vida. Sus padres fueron de los primeros habitantes del barrio en gestación. La madre vino desde chica con su familia y su padre dejó el uniforme del servicio militar español para subirse de polizón a un barco inglés que lo trajo hasta la Argentina.

Recién llegado, yiró por el puerto de Buenos Aires con lo puesto durante varios días. La suerte cambió cuando un cochero lo confundió con su hermano que había llegado al país algunos años antes y vivía en México y Rivadavia, en el barrio de Piñeiro. Así pudo dar con su hermano, cuyo parecido físico generó la confusión del cochero. Algunos años en el barrio le permitieron independencia y formó una familia. Tuvieron once hijos que se criaron en los comienzos del barrio.

Ubaldo jugó al futbol en sus potreros, estudió en su escuela, bailó en sus clubes, caminó en sus adoquines. La memoria lo ayuda, recuerda historias de cada uno de los lugares y a muchos de sus protagonistas. «La iglesia era de ladrillo a la vista, me anotaron en el Registro Civil que estaba a cargo de Alfredo Najurieta en la calle Rosetti y fui a la escuela 51 que estaba sobre Rivadavia», dice Conde y ubica en tiempos y espacios. A la escuela 51 la demolieron en 1940 cuando se inauguró la plaza Marcelino Ugarte. Un año más tarde se construyó el Jardín de Infantes. «En la inauguración conocí a Alberto Barceló, el intendente de Avellaneda. En esa época la muchachada no le daba mucha bola a la política», dice Conde. Barceló fue el jefe del conservadurismo y gobernó Avellaneda durante varios periodos.

La política

«Era un barrio tranquilo en esos tiempos. Había dos o tres caudillos conservadores que estaban en la política, pero que con la gente de laburo no se metían. Las casas tenían las puertas abiertas. No había la falopa que hay ahora ni los robos», afirma. Muchas de las muertes que se producían en el barrio estaban vinculadas al juego clandestino, muy común entonces, y sus protagonistas eran los caudillos conservadores. Pero también había otras muertes. Un primo de Ubaldo tenía militancia anarquista. Se llamaba Jesús, trabajaba en una talabartería de la calle Pilcomayo y fue asesinado por los conservadores Juan Tadeo y Manolo Blanco. Le pegaron un cuchillazo y con las tripas colgando se fue hasta el Hospital Vecinal de Villa Porvenir y de ahí al Fiorito donde se murió.

La vida laboral de don Ubaldo comenzó a los diez años en el Mercado. «Para cruzar Pavón me metía hasta acá», dice y se señala la cintura. Por aquellos tiempos la avenida solía inundarse con cada lluvia. Lo mismo pasaba con los que iban a trabajar al frigorífico La Negra. A los 18 años entro a trabajar a la Lanera Argentina de Rivadavia y Tierra del Fuego (hoy está Telefónica de Argentina). Allí estuvo hasta los 24 años y fue donde conoció a Aníbal Villaflor, quien fue el primer comisionado municipal peronista de Avellaneda y trabajaba de peón en la Lanera. «Su secretario, Campaña, vivía en la calle Costa Rica», recuerda. «El 17 de octubre fue una explosión, hasta yo participé. Salimos de la Lanera y fuimos hasta Villa Castellino, de ahí hasta la Bycla. Después fuimos hasta la Cristalería que estaba en Pavón. En García y Pavón estaba la policía, pero igual pudimos pasar. Al grito de Perón, Perón pudimos llegar hasta la plaza de Mayo, después fuimos hasta el Hospital Militar. Nunca vi tanta gente como ese día», recuerda Conde.

Los festejos

Los corsos se hacían en la calle Domínguez, hubo también sobre la avenida Rivadavia, y también sobre Aldecoa. A la tarde se jugaba con agua en todas las casa de 13 a 17, después se descansaba y todos se disfrazaban. Las mujeres de hombres o de colegialas porque no había otra cosa y los hombres de mujer o de croto. En las calles desfilaban chatas y carros arreglados y adornados. Se tiraba papel picado y serpentinas. Solía haber bandoneones arriba de los carros. En el palco estaban las autoridades y los vecinos que organizaban. Se premiaba a la mejor carroza. Después se prohibieron las caretas y el carnaval empezó a desaparecer.

Los bailes se hacían en el Paraná, el Progresista, El Porvenir, en Unidos de Piñeiro, en El GRD que era de la curtiembre, en Regatas, En El Fortín se hacían bailes en la calle. «Solíamos ir con un amigo al que le decíamos peineta a ver a Osvaldo Pugliese que venía seguido para Avellaneda. Venía seguido al club Paraná porque tocaba típica y jazz. Acá Eduardo Rodriguez que era el presidente del club le dice: mirá Osvaldo vos no tenés que tocar más jazz, tenés que tocar tango nada más. El club Paraná fue el primero que lo trajo al igual que a D´Arienzo», cuenta Ubaldo. El Bar el Tropezón estaba ubicado en Lebensohn y Rivadavia y era el lugar donde se juntaba la barra de Conde. Estaba abierto las 24 horas y siempre era el lugar de encuentro de la muchachada del barrio. Antes y después del baile y a la salida del trabajo eran momentos propicios para compartir una mesa entre amigos. «A la noche atendía el colorado Fermín y a la tarde estaba el dueño, el cornudo Luis», afirma Conde.