Antonio Sastre dejó su marca en el fútbol argentino y también en el brasileño. Los viejos futboleros que lo vieron jugar dicen que era uno de los jugadores más completos de la historia, lo hacía en cualquier posición, hasta de arquero. En Brasil, los hinchas le hicieron un monumento.

El Cuila, como le decían, comenzó a jugar de pibe en el club Progresista del barrio de Piñeiro. Sastre había nacido en 1911 en Lomas de Zamora y debutó en independiente a los 20 años. Ya en su retiro, a finales de la década del 40, compró un bar en la esquina de Santiago del Estero y Galicia.
Ese hoy es un bar histórico del barrio de La Mosca. Se llama Sastrín y donde se lo nombre es conocido. Su dueño actual es Juan Carlos Paso, quien lo heredó de su padre, que supo administrar decenas de bares en el Gran Buenos Aires y la capital, pero que con Sastrín se encariñaron de manera particular.
Paso hijo se crió en el bar, entre platos y vasos, entre picadas y cafés. Aún recuerda el temor que le producía el aljibe que había en el patio de la propiedad. Su padre se hizo cargo del bar en 1975 y él está al frente desde 1989. «Algo de la historia del bar me la contó Evaristo Pérez, un viejo vecino de la zona que murió el año pasado a los 94 años», cuenta Paso, y agrega: «hay anécdotas como para escribir un libro». Entre ellas, cuando Carlos Gardel cantó en la esquina del bar después de un show en el que se habían agotado las entradas del cine.
«Ahora lo modernicé un poco para estar acorde al tiempo pero siempre manteniendo la tradición de bar, que es lo que es Sastrín», dice Paso sobre las nuevas reformas realizadas en el edificio, que van desde la fachada hasta la barra, pero que respetan y realzan a vieja arquitectura. Las refacciones seguirán por la construcción de nuevos baños y el cambio de la sala de pool por un salón comedor familiar.
Dicen que hasta 1941, funcionaba en esa esquina un Almacén y despacho de bebidas llamado el Gato Negro. Años de malevaje en el barrio de La Mosca, el juego dominaba la zona de la mano de los caudillos conservadores que se movían impunemente por la ciudad amparados por don Alberto Barceló. «Donde hoy están las mesas de pool, se jugaba a las cartas y cuando había requisas de la policía se escapaban por los techos», comenta Paso.
En el Sastrin actual se puede desayunar, mientras se lee el diario a partir de las 7 de la mañana. Tanto al mediodía como a la noche los parroquianos pueden disfrutar de minutas y pizzas. Por las tarde un whisky o una cerveza tirada son una tradición entre los habituales clientes. «El sandwich de jamón crudo y queso también les gusta mucho a nuestros clientes», afirma Paso, que además adelanta que próximamente volverán a servirse langostinos y camarones, una costumbre que todavía recuerdan los vecinos. Los vendían es los bares de la zona, incluido el Bar Galicia que pertenecía a la familia y estaba en la esquina de avenida Pavón.
Los obreros fueron durante décadas los principales clientes de Sastrín. La cantidad de fábricas en tres turnos hacía que el bar abriera bien temprano para que allí desayunaran o se tomaran una copa antes de la jornada laboral, algo muy característico de aquellos tiempos. Hoy la clientela es variopinta. Vienen de varios lugares y diferentes personajes al bar.
Sobre la avenida Galicia, Paso es optimista a pesar de reconocer que la avenida estuvo abandonada en los últimos tiempos. «Ahora se ve que el intendente Jorge Ferraresi hace algo en la avenida Galicia y en Avellaneda», sostiene este hombre que vive en Valentín Alsina, pero que se confiesa enamorado de Piñeiro. «La culpa del abandono que vivimos la tenemos los comerciantes, entre los que me incluyo, porque no había una comisión como la gente. En todos lados hay un centro comercial.», asegura.
«Los bares sirven como una terapia, la gente se viene a desenchufar, no te digo que estén todo el día tomando porque eso ya es otra cosa», analiza.
«Mientras yo viva, Sastrín va a seguir existiendo», afirma Paso, mientras ya se terminó el café y la entrevista llega a su fin.
Nota año 2011