EL CAFÉ ORIÓN

Por Fabio Magneschi

Los chicos que vivíamos en Avenida Galicia, en los años ´50; cuando Galicia era arbolada y adoquinada (adoquines grandes, muy desparejos) y que al deambular por ellos el colectivo 11, en cada desnivel o pozo parecía que se deshacía a pedazos, para luego milagrosamente continuar con su viaje; en la mencionada Avenida Galicia, entre las calles Humberto 1º y Rivadavia (entre el famoso triángulo) pegadito al ex cine Monumental (hoy Banco Provincia Bs. As.) existía nuestro propio, prohibido, misterioso y fulgurante “Cafetín de Buenos Aires” (o bien cafetín de Barracas al Sud) o bien lo llamaban el Bar de don Pedro; nosotros, el piberío, al caer la noche vivíamos con la ñata contra el vidrio tratando de hurgar dentro de ese bar tan misterioso para nuestras febriles imaginaciones.

Queríamos ver la parte del espectáculo, dado que lo que había pegado al cine era una especie de pizzería (y heladería en verano). Una mampara vidriada separaba esto del salón-bar espectáculo, la misma tenía poca altura, de manera que al subir sobre un banquito o silla se podía muy bien apreciar lo que se desarrollaba al lado. Lo que sucedía allí era lo que años más tarde en la década del ´70 tuvo su apogeo, o sea el café-concert, Nosotros aquí en el barrio tuvimos la primicia, en el centro del salón existía una especie de tablado con sus correspondientes mesitas alrededor y en el costado derecho, cerca de la entrada central, como enjaulada contra la pared y a un nivel bastante alto, al cual se accedía, por medio de unos escalones de madera, a una tarima, vivía la vitrolera. Palabras mayores: con su melena platinada, enfundada en una pollera negra y tubular, lustrosa, (no sé si por el satén o el uso) la cual resaltaba ese hermoso y codiciado atributo del cual hacen gracia las mujeres; las que saben muy bien que no pasan desapercibidas.

Contemplábamos ese maravilloso panorama todas las noches, hasta que los mozos se cansaban y nos corrían hasta la esquina de Cabildo y Rivadavia, para después de un rato regresar y tratar de colarnos al interior del salón Orión. Por su tablado o escenario desfilaron las voces de Gagliardi, Jorge Vidal, Elsita Rivas y José Marrone. Los viernes por la noche unas lánguidas señoritas vestidas de plumeti blanco tenían su orquesta y después acróbatas, contorsionistas y budistas explicando una nueva filosofía con el nombre de yoga; una española imitando a Lola Flores con sus castañuelas y bata de cola, destruía los tímpanos con las estrofas de “…pena…penita…pena…”; algunas noches los mozos se apiadaban de nosotros, nos dejaban estar en silencio, en la entrada lateral detrás del cortinado oscuro y pesado, disimuladamente alargábamos nuestros brazos y tomábamos algunos restos de los platillos dejados sobre las mesitas vacías de lo que había sido un suculento vermouth y divagábamos, aplaudíamos y nos sentíamos partícipes de aquellas noches de vitrolera, orquesta de señoritas y un cheeeee… marroniano.

Estábamos todos, el Oscar, el Titi, el Yuani y yo. Luego…, luego pasó el tiempo, breve en manera muy breve, cuando todos los días son iguales nos da la sensación de que el tiempo se abrevia. El sitio de la platinada vitrolera fue reemplazado por una gigantesca caja marrón con pantalla blanca y una marca Admiral (primera TV en el país); el pobre escenario invadido por adminículos varios y cajones de soda y cerveza; las mesitas cada vez más solitarias y sobre el piso de mármol ya los pocos mozos apenas levantaban el aserrín.

   El Oscar se empleó en un puesto de diarios en la Estación Avellaneda; El Titi en un negocio de aprendiz de joyero; el Yuani desapareció y a mi por otro lado, y debo reconocerlo, con un cierto desencanto (como si fuera una traición) me deslumbraron las luces del centro; y como a nosotros a tantos otros, se bifurcaron los caminos; y el pobre bar-café cantante se fue quedando cada vez más solo hasta que un día ya cerca de del ´60 sus puertas ya nunca más se abrieron. Cambió el frente y la fisonomía, pero aún hoy en las madrugadas o bien por las noches solitarias de invierno al pasar por la vereda que fuera en otra época del Orión, se puede, si se quiere, y con un pequeño hilo de imaginación, escuchar las alegres castañuela de la española que imitaba a Lola Flores.

Acerca de Hernán Bravo

Director y fundador del periódico La Voz de Piñeiro desde 2003. Técnico superior en Periodismo egresado de TEA en 1998.

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