CASA LÓPEZ: RECUERDO DE AQUELLOS PRÓSPEROS AÑOS EN PIÑEIRO

A los 89 años, Esther López tiene una memoria y una facilidad de palabra envidiables. Recuerda hechos, nombres, lugares y personas con precisión. Las fechas se confunden y desdibujan a lo largo de tantos años. «Mi hermana Alcira tiene muy buena memoria para las fechas», dice Esther. Pero Alcira, simplemente, no tuvo ganas, esta vez, de bucear en la historia de la familia López, una de las más antiguas y tradicionales en Piñeiro.

   Todo comienza en Pontevedra, España, con un joven José López que vino a la Argentina arrastrado tal vez por un mito o por una realidad, que sus padres prefirieron no revelar. «Mi padre estaba en la edad de hacer el servicio militar y se estilaba en España mandar a los jóvenes a las colonias africanas y se decía que allí los africanos violaban a los españoles, así que sus padres decidieron mandarlo a la Argentina», cuenta Esther sobre la llegada de su padre a América. 

   Aquí en el país, José López perfeccionó su oficio de sastre y en 1914 se asoció con el señor Álvarez, cuyo nombre de pila Esther no recuerda, y abrieron una sastrería en la esquina de Domínguez y García. Las tareas estaban bien divididas.  Alvarez que era un comerciante nato salía a las estancias del interior a vender trajes y tomar medidas  en su auto y López confeccionaba los trajes a medida que le eran encarga-dos a su socio. Así estu-vieron hasta que en 1916 la sociedad se disuelve y López abre una sastrería que sería una de las más afamadas de Avellaneda, en un local alquilado sobre la calle Bosch 20, a metros de la estación  de trenes. La bautizó Casa López y sus clientes eran los miles de trabajadores que transitaban por la zona y  compraban a plazos. Entrañables tiempos aquellos en los que un inmigrante podía hacerse rico con el fruto de su trabajo. Y López así lo hizo. Para entonces ya estaba casado y había tenido tres hijas. «Recuerdo que había una pequeña caja fuerte y mi papá no la podía cerrar por la cantidad de billetes», comenta Esther.

   La prosperidad decidió a López a comprar un terreno baldío en la esquina conformada por Domínguez, Pagola y Bosch. Allí el arquitecto Guillermo Álvarez diseñó un edificio en ochava de dos plantas que fue construido por la empresa Rodríguez y Vidal y es uno de los más emblemáticos que aún se conserva de la prosperidad de una época. Era el año 1928 y la Casa López se agrandaba. El nuevo edificio contaba con tres viviendas y un local más para alquilar. Allí se instaló como primer inquilino por un tiempo la Compañía Primitiva de Gas.

   López contrató incluso modelos vivos que eran la atracción de los transeúntes de la zona. El comercio ganaba cada vez más fama en la zona. Esther recuerda que entonces, el 12 de junio de 1930, sucedió la tragedia del Riachuelo cuando un tranvía cargado de pasajero cayó al agua. «Todavía recuerdo ver pasar a algunos sobrevivientes con la ropa empapada y que mi padre fue hasta la Isla Demarchi donde se amontonaban los cadáveres de las víctimas», asegura Esther. Para la misma época, Esther acostumbraba como tantos otros vecinos a concurrir al Cine Teatro Colonial y a su regreso pasar por la puerta del Comité Central del Partido Conservador. «En la puerta siempre había un montón de muchachos sentados y nos daba un poco de miedo», afirma.

   José López fue perdiendo impulso y ganas, entonces el comercio quedó a cargo de José Luis Penelas, marido de Esther, que también había estudiado para sastre con la intención de continuar el negocio familiar. Promediaba la década del 40.

   Los tiempos y la moda fueron cambiando, las fábricas cerraron y los trajes a medida pasaron a ser patrimonio de los oficinistas. El negocio fue perdiendo espacio y achicándose y  hasta su cierre definitivo. «Cerró hace un poco más de 10 años cuando murió mi marido», manifiesta. En ese momento se decidió alquilar el local y  se instaló un bar, que luego de varias transacciones se transformó en el actual Bar El Triángulo, donde se filmaron escenas de la película Luna de Avellaneda.

   Como muchos vecinos, Esther pasó sus días en las instituciones de la zona. Es socia vitalicia de Regatas de Avellaneda, aprendió guitarra en el Club Sol Argentino,  estudió en la Escuela Nº 12 y festejó su casamiento en el salón del Centro de Comerciantes de Piñeiro.

   «A mi Piñeiro me gusta, ya no es lo que era, le faltan todos los comercios que había», dice y enumera comercios que fueron cerrando. La inseguridad también se transformó en una preocupación de Esther y cuenta que su hermana cuando va a la Iglesia Nuestra Señora del Rosario lo hace acompañada por miedo. «Todos mis familiares me preguntan porqué no me voy de acá y yo les contesto que cuando me vaya lo voy a hacer con los pies para adelante», se ríe Esthe.

NOTA REALIZADA EN 2006

Acerca de Hernán Bravo

Director y fundador del periódico La Voz de Piñeiro desde 2003. Técnico superior en Periodismo egresado de TEA en 1998.

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