EX FERRETERÍA CHARLY: UN CLÁSICO DE LA AVENIDA PAVÓN EN PIÑEIRO

 Por Oscar Nunzio. 4 de enero de 2019

Chin pum…tirabuzón

Dos menos cuarto de la tarde…el negocio esta medio a oscuras. La luz entra por las vidrieras con sus cortinas levantadas, pero la persiana del medio está cerrada.Todos los días el viejo ferretero, alto, delgado y de pelo blanco se fuma su primer cigarrillo de la tarde y espera.Está sentado del otro lado del mostrador en su banco de madera, apoyando su brazo izquierdo en el mostrador gastado, mirando las agujas del reloj eléctrico color verde colgado allá arriba.

Dos menos cinco…. mira fijo hacia la persiana, pensativo y absorbiendo la última bocanada de humo se para, apaga el cigarrillo y camina lentamente hacia la puerta.Descuelga del viejo gancho de hierro que sirve para abrir la persiana y lo apoya sobre el empeine del zapato de cuero negro, moviéndolo de un lado al otro jugando y esperando.

Dos en punto…el hombre abre una puerta de madera con vidrio repartido, lleno de calcomanías gastadas que separa el salón de ventas de la persiana, y la engancha con un hilo trenzado sucio y deshilachado. Se aproxima a la persiana, la engancha con el viejo fierro y con un movimiento casi involuntario, que repitió todos los días, destraba con el taco del zapato los pasadores que mantienen segura la persiana con el negocio cerrado.

La persiana empieza a subir, pero a la mitad del recorrido la para, saca el gancho de hierro, la mantiene con el hombro y apoyando el fierro en la base la termina de subir hasta arriba de su tope.

El chico lo mira como hipnotizado. Se sabe de memoria cada uno de los movimientos de su abuelo. Sabe que va a colgar el viejo gancho de hierro, que luego encenderá las luces fluorescentes y estará listo para esperar la entrada de los parroquianos. El pibe se queda allí, viendo como su abuelo enrosca una lámpara para iluminar la mesa de trabajo donde el viejo ferretero hace sus reparaciones. Por allí pasan viejas cerraduras, calentadores Bram Metal y Primus, planchas Atma ó Princess, estufas de velas a querosene y cientos de cosas que le dan a arreglar los vecinos.

Cada objeto es su desafío cotidiano. No hay ninguna de ellas que pueda resistirse a su capacidad para resolver los problemas. Todos estos artefactos domésticos terminarán con un cartelito de papel o cartón con el piolín colgando con el nombre del dueño… Doña Luisa, Doña María, Don Enrique, cuando no sabe el nombre aparecen en los cartelitos nombres como Besugo, Marcoia, Totuer y cientos de apodos colocados como el mejor de los guionistas de humor, que esperarán silenciosos a que vengan a buscarlos.

La mesa de trabajo es de madera con dos pesados cajones que nunca pude abrir. En uno de ellos estaban las herramientas de trabajo, y en el otro…el de la izquierda, miles de llaves de bronce de cerraduras viejas, inútiles para abrir alguna puerta, pero quizás valiosas para volver a utilizarlas.

Sobre la mesa hay muchas latas oxidadas o frascos de vidrio con tapa para guardar cientos de tornillos, arandelas y tuercas. Una única luz ilumina la mesa con una débil lámpara de 60 apuntando para abajo cubierta por el cartón corrugado del envoltorio original (Osram).

El pibe se quedaba allí horas viendo al abuelo limar llaves, pelar cables de tela, soldar con estaño o bronce. Allí aprendí como se arreglan las cosas. Como se busca remplazar las partes que no se consiguen con piezas alternativas. Aprendí a probar cosas eléctricas con la lámpara en serie.

Pasaban los días, los meses y los años y todo estaba siempre en el mismo lugar, nunca modificaba nada, todos los días el ferretero hacía la misma rutina.

A las cinco y media de la tarde empezaba a guardar todo, apagaba la luz y se aprestaba para volver para su casa. Antes pasaba por la pileta del fondo a lavarse las manos con el jabón Pinche de Llauró. Luego se iba a cambiar a la piecita de arriba y bajaba listo para manejar su Studebaker Champion 49 ó la verde Estanciera 61 o el Chevrolet Super 66 color azul.

Todavía recuerdo el día que dejó de manejar. Tenía la vista cansada y con una catarata incipiente. El trafico de Mitre cerca del viaducto Sarandí era intenso. Empezaron a insultarlo porque iba despacio por la mitad de la calle Una tarde cuando me llevaba a su casa, como cientos de veces, cansado de los impacientes y violentos me dijo en voz alta… “no manejo más”.

Y desde ese día se empezó a tomar el colectivo que esperaba a la mañana el 293 en Calchaquí y Tucumán y por la tarde-noche en la parada que estaba enfrente del negocio sobre Pavón.

Su vista no le permitía distinguir entre las despiadadas opciones de la ruta del colectivo, y muchas veces se tomaba el equivocado. Me di cuenta que era por eso que un día me pidió que lo acompañara y le avisaba cuando venía el 293 con el ilegible y pequeño cartelito verde que decía “x Mitre” que tardaba media hora menos que el otro que iba “x Agüero” al cementerio de Avellaneda. entonces noté que ya no veía bien, pero no advertí que su final estaba cerca.

Hoy, después de 46 años de su partida, lo extraño. Quisiera poder volver a ver su mirada, su pelo, su sonrisa, escuchar su voz y contemplarlo trabajar en su taller. Hoy, después de casi 75 años desde que lo abrió, su negocio cerró sus puertas para siempre.

Ya no están más sus herramientas, ni su morsa, ni su lima, ni tampoco está mi padre que lo sobrevivió en la ferretería casi 30 años más, hasta que se cansó de pelearle a la vida y al país allá por 1999.

Te sigo extrañando querido Don Emilio. Llevo conmigo como el tesoro más preciado, los quince minutos que estábamos juntos antes de levantar la persiana, cuando íbamos del banco de madera hasta la puerta agarrados de la mano, saltando y cantando el “chin pum…tirabuzón”, algo que nunca comprendí que significaba, pero que jamás pude olvidar.

Acerca de Hernán Bravo

Director y fundador del periódico La Voz de Piñeiro desde 2003. Técnico superior en Periodismo egresado de TEA en 1998.

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