Domingo Osvaldo Amato tenía 24 años cuando fue arrancado por una patota de las fuerzas represivas compuesta por más de una docena de personas el 28 de marzo de 1978, de su casa de la calle Itapirú, a metros de la esquina con Entre Ríos, en el barrio de Villa Castellino de la localidad de Piñeiro.
“En todos estos años trate de criar a mi hija con todo el amor y toda la alegría que yo podía ofrecerle en ese momento, que para mí fue terrible. Me prometí hacer todo lo mejor posible para que mi hija no sintiera ese miedo que yo sentía. Ella creció sabiendo que su papá no la abandonó, él jamás hubiese hecho una cosa así. El no dio su vida, a él se la quitaron justamente por ser buena gente, por ser solidario, por estar comprometido y por querer un país mejor para todos nosotros. Ella sabe todo eso, tiene los mismos ideales que su papá y los manifiesta sin ningún temor”, dijo Graciela Gil, la compañera de Amato al momento de su secuestro
Domingo y Graciela se conocieron en la escuela secundaria que funcionaba en la avenida Galicia 467. Antes de terminar el secundario, Domingo empezó a trabajar en una gomería y años más tarde entraría a trabajar en la parte administrativa de la metalúrgica Tamet, en Cabildo y Perú, también en Piñeiro. Tras ocho años de noviazgo, se casaron y fueron a vivir a una prefabricada de madera en Itapirú entre Di Tella y Entre Ríos. Luego vendría la única hija del matrimonio, Claudina.
“Osvaldo trabajaba en la parte contable de la empresa Tubomet que hacía tubos metálicos sin costura”, cuenta Graciela, que menciona a Domingo por su segundo nombre. Allí, Amato, fue el presidente de una cooperativa de consumo que se conformó entre los trabajadores de la empresa. “Dos o tres obreros que tenían un vehículo se juntaban e iban al mercado central a comprar en cantidad bolsas de papas, harina, azúcar que después fraccionaban y lo vendían entre los que participaban de la cooperativa. Lo hacían dentro de la empresa pero sin el aval de la misma”, recuerda Gil.
El 28 de marzo de 1978, la felicidad de la joven familia llegaría a su fin. Un grupo de tareas del Primer Cuerpo del Ejército secuestró de su casa a Amato. La inocencia de su padre guió a los secuestradores a la casa de Domingo. El operativo incluyó a varios uniformados que incluso rodearon la manzana y ocuparon los techos de las casas linderas. “Él no tenía militancia política, cuando teníamos 15 o 16 años íbamos a una unidad básica, pero más a tomar una coca cola que a discutir de política”, recuerda Graciela. Para su esposa, la desaparición puede haber tenido algo que ver con su trabajo en la cooperativa.
A las 17 horas del 28 de marzo de 1978 dos hombres de entre 40 y 50 en un Ford Taunus blanco de techo negro se presentan en el trabajo del padre de Domingo y lo obligan a conducirlos hasta la casa de su hijo en la calle Itapirú. Una vez allí, preguntaron por Domingo que a esa altura ya había conseguido trabajo en la firma Seiko, en Capital Federal. Los integrantes de las fuerzas de seguridad alegaron que se trataba de una denuncia porque habían visto a Amato retirar unas carpetas de Tubomet.
Alertados por los hechos, los familiares se comunicaron con él, que restó importancia a lo sucedido y quedó en pasar por las oficinas de la empresa Tubomet que quedaban en la capital a pocas cuadras de su nuevo empleo para aclarar la situación. Así lo hizo, en su ex empresa le dijeron no habían realizado ninguna denuncia y le ofrecieron que un custodio lo acompañara hasta la comisaría 2 de Piñeiro de la calle Rivadavia para terminar de aclarar los hechos. Domingo aceptó y se acercaron hasta la dependencia policial, donde le informaron que no había denuncia alguna en contra suyo. Con la situación supuestamente aclarada decidió irse hasta su casa, todavía acompañado.
A las 19 horas del mismo día, alrededor de 12 personas arribaron al domicilio de Domingo Amato y mantuvieron un interrogatorio con él: «No fueron violentos, pero estaban fuertemente armados y eran todos jóvenes menos los que hablaban con él», declaró Graciela Gil, quien aseguró además: «Yo me asusté cuando vi que en los techos había personas de civil apuntando con armas largas hacia el patio de casa».
Luego del interrogatorio, le permitieron cambiarse de ropa, ya que había llegado de trabajar y estada vestido con traje. Lo subieron a una camioneta azul diciendo que en dos horas volvería. Tras haber pasado el tiempo y Domingo no haber regresado, la familia comenzó los trámites para averiguar su paradero. Para esto, se dirigió a la comisarías segunda de Piñeiro y tercera de Valentín Alsina.
Luego vinieron el horror y el miedo. Con 22 años y una hija de apenas 2, Gil comenzó una búsqueda desesperada como la que realizaban miles de argentinos a quienes les habían secuestrado a un familiar. El ministerio del interior, la Casa Rosada, comisarias, abogados que no se animaban a presentar recursos de habeas corpus, entre otras, eran la rutina de ese calvario. “Cuando comencé la búsqueda, me encontré con la realidad, con colas de personas. Yo no podía entender cómo podía haber tanta gente buscando a tanta gente durante tanto tiempo”, sostuvo Gil.
“Nunca pude encontrarme con la verdad, pero no pierdo las esperanzas. Sé que llegará, estoy convencida de que vamos por el camino de la justicia. No lograron desaparecerte nunca porque estás presente en la memoria de toda la familia, especialmente en la sonrisa de mis hijos. Heredé tu fuerza y la de mamá, así que seguiré luchando para encontrar la verdad”, manifestó Claudina Amato, su hija.